Herman Melville (Nueva York, 1819-1891) fue un hombre que tuvo una acomodada infancia de clase media en la ciudad donde nació, aunque muy pronto, en su adolescencia, circunstancias familiares lo llevaron a embarcarse como marinero rumbo a Liverpool en 1839 y, posteriormente, en un ballenero en el que recorrió buena parte del Pacífico, incluidas las Islas Marquesas, las Sandwich y las Society hasta regresar a los Estados Unidos cinco años más tarde, en 1844. El padre fue un conocido comerciante de sedas, sombreros y guantes, cuyo negocio quebró, inesperadamente, en 1830. Murió dos años más tarde y la familia se vio sumida en una relación interminable de pleitos, hipotecas y peticiones de dinero que acabaron con el bienestar de tiempos pasados; el joven Melville se refugió en la marina. La vida creadora de Melville consistió en una permanente investigación de los medios gracias a los cuales le fuese posible transmutar sus propias experiencias en literatura. Parte de su obra se sustenta por su vida aventurera, sus estancias en Tahití y en Honolulú, sobre todo en obras como Typee: una ojeada a la vida polinesia (1846) y Omoo: una narración de aventuras en los Mares del Sur (1847) y aún persistió en Mardi: y un viaje allá (1849). Melville volvió a su experiencia marinera y publicó Redburn: su primer viaje (1849) y Casaca blanca o el mundo de un guerrero (1850). En el primero recuerda la muerte de su padre y sus humillaciones juveniles y en el segundo, elabora toda una teoría sobre la reforma de la Marina norteamericana. En todos estos libros se muestra su respeto por los espacios abiertos, por los horizontes lejanos, por lo natural, por lo salvaje, pero asumiendo, al mismo tiempo, connotaciones metafísicas. Cuando empezaba a ser conocido por sus relatos de los Mares del Sur, se casó con la hija de un juez ilustre en 1847 y se estableció, definitivamente, en Nueva York. En 1850, después de algunos años en conocidos círculos literarios neoyorkinos, que poco tenían que ver con sus ambiciones literarias, se retiró a Massachusetts, quizá con la secreta pretensión de refugiarse en las profundidades de su imaginación y allí consiguió dar rienda suelta al caudal de su literatura: Moby Dick (1851), Israel Potter (1855), Bartleby, el escribiente (1856), Benito Cereno (1856), Billy Budd (1891), son algunas de sus obras más conocidas. El mundo espiritual de Melville se concreta en Bartleby, el escribiente (1856), la historia de un hombre que se niega tenazmente a la acción, Benito Cereno (1856), su texto más polémico e inexplicable, sólo se justifica porque se muestra como un ejemplo cabal de este mundo y Billy Budd (1856), relata el conflicto entre la justicia y la ley.
La leyenda de Moby Dick
Su experiencia marinera por la Polinesia lo llevaron a plantear la historia de Ishmael, un personaje abandonado por su padre, despreciado por su madre y eclipsado por el éxito de un hermano mayor, semejanzas que, además, se engrandecieron por la visión que el joven marinero experimentó ante la vacía inmensidad del mar y sobre todo por la convivencia con una tripulación dibujada, por él mismo, como los desheredados de la sociedad. La novela Moby Dick que publicó a la edad de treinta y dos años, pasó inadvertida cuando se editó, incluso durante el resto de la vida de su autor. La crítica la descubrió hacia 1920 y hoy está considerada como una obra clásica. En realidad, la ballena blanca es uno de esos dragones o de esos monstruos marinos que encarnan las fuerzas de todo el caos que gobierna la creación y, su protagonista, el capitán Ahab, representa a uno de esos héroes como Perseo o San Jorge, dispuesto a convertirse en el redentor de toda una profecía, pero además se transfigura en ese personaje incapaz de controlar sus reivindicaciones en la vida y considerar el silencio del mundo como un vacío materialista. Por medio de esta obra, Melville, superó esa ausencia de literatura heroica en su país y fundió los modelos del viejo mundo con el nuevo; en realidad, el personaje de Ahab es un héroe de tragedia shakesperiana y el resto son arquetipos que representan una suma de accesorios trágicos. El personaje se convierte en un pensador de mediados del siglo XIX, atormentado por su experiencia y las necesidades humanas que advierte, pero demasiado desamparado para mostrar sus reivindicaciones en la vida, iluminado de un extremado sentido teísta para explicar algunos silencios en el mundo, achacándole al mismo ese vacío espiritual. El autor propicia una caza amparada en la venganza y en la que, desengañado, como creyente arremete contra el universo.
En el desafío de Moby Dick muestra el escritor norteamericano, de alguna manera, las enseñanzas recibidas en el mar sobre las ballenas y el arte de su caza, elevando a una categoría universal esa especulación caprichosa de premonitoria aniquilación de tremenda actualidad. Quizá por este motivo, esta novela haya que leerla hoy como una protesta ética contra la creación en general y esa necesidad de que se reconozca una relación espiritual con el Creador. «He escrito un libro perverso—llegó a escribir el propio Melville a su gran amigo Hawthorne—y me siento inmaculado como el cordero». Es la narración de una larga expedición de pesca de ballenas, realizada hacia el año 1840 a bordo del Pequod, un velero que zarpa de Nantucket, la capital norteamericana de la ballenería. En realidad, se trata de poema épico en prosa, cargado de largos fragmentos de cetología en los puntos en los que la exaltación de la lucha sostenida por el hombre contra las ballenas, de las que, precisamente, Moby Dick es la más legendaria y feroz; es para más señas, una ballena blanca y se convierte en un símbolo; además, puede leerse como un tratado científico de todos los aspectos del arte de la pesca de ballenas. Aparte de los elementos épicos, habrá que subrayar los didácticos que a veces incurren en una excesiva pedantería, pero también habrá que destacar la aventura frente al caudal de información. De igual modo ha sido calificada como el relato de un viaje a las regiones inexploradas del espíritu, en realidad, Melville se enfrentaba al desorden de la mente occidental y sólo después de la sacudida de la Primera Guerra Mundial los lectores se dieron cuenta de lo que representaba la novela y lo que autor quería manifestar con ella: la angustia de la condición humana y sobre todo, la particular protesta de su autor contra la creación en general y esa necesidad de que el Padre-Creador fuese capaz de establecer una relación espiritual con sus seres creados. Moby Dick no deja de ser, tanto desde el punto de vista emocional como dramático, el libro del personaje Ahab porque a medida que avanza el relato, Ishmael va cediendo protagonismo al capitán y el lector percibe cómo va creciendo la cólera del mismo.
«Para producir un gran libro—llegó a escribir el propio Melville—es menester elegir un gran tema. Ninguna obra grande y durable podrá ser jamás escrita sobre la pulga, aunque muchos lo hayan intentado». Lo importante de este libro es que, en el corazón del mismo, se halla el sentido ese sentido lírico que nos devuelve a la juventud y, por consiguiente, al descubrimiento del mundo, puesto que a través de nuestra adolescencia nos abrimos poéticamente al sentido humano de la vida y materialmente nos disponemos a viajar y a seguir luchando por nuestra existencia.
Rockwell Kent (1882-1971) fue un extraordinario dibujante que realizó una estupendas ilustraciones para una de las ediciones de Moby Dick, como puede apreciarse en esta muestra.
La novela, para Harold Bloom, un famosos crítico norteamericano, es un signo de originalidad, capaz de otorgar el estatus canónigo a una obra literaria se convierte en esa extrañeza que nunca se acaba de asimilar o que termina por convertirse en algo tan asumido que no terminamos de percibir sus características. Moby Dick es uno de esos libros que, ciento sesenta y un años más tarde de su publicación original en 1851, sigue ofreciendo a los lectores esa aguda reflexión sobre el alma humana, característica que sólo otorgan las grandes obras, además de ofrecer una visión épica sobre los sentimientos acerca de nuestro mundo y los elementos que lo componen.
1 comentario:
Otro clásico para descubrir. Es imprescindible.
Maravillosa muestra de las ilustraciones de Kent.
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