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sábado, 18 de agosto de 2012

Vamos a contar historias de detectives y crímenes (y 5)

          Y, hoy, una última sugerencia de la Serie Negra, de Siruela, como hemos venido comentando en estos últimos fines de semana, El asesino de la corbata, Marie-Aude Murail (Seine-Maritim, Francia, 1954).


                                    Madrid, Siruela, 2012; 212 págs., 16,50€

          Ruth tiene catorce años y vive con su hermana pequeña y su padre. Su madre murió hace cuatro años y a su padre no le gusta hablar de ella. Un día Ruth descubre una antigua fotografía en la que aparecen su padre, su madre y su tía. Es la foto de la clase del último curso del instituto. Pero Ruth se da cuenta de que en la imagen es su tía Ève-Marie, hermana gemela de su madre, quien toma de la mano a su padre. Llena de interrogantes y animada por su mejor amiga, Ruth cuelga la foto en una red social haciéndose pasar por su padre e invirtiendo los nombres de las gemelas, con la esperanza de conseguir una respuesta que no tardará en llegar. La foto colgada ha removido viejos recuerdos: entre ellos, el de la terrible muerte de su tía Ève-Marie aquel funesto último año de instituto en que fue encontrada en el río, estrangulada con una corbata.

Hoy, como la entrada es más breves, os dejo un fragmento de esta novela, facilitada por la editorial, por si queréis echarle un vistazo:

Fragmento:

Miércoles
6 de mayo de 2009
Todo empezó el día en que una amiga preguntó a
Ruth si tenía una fotografía de su madre.
–Tengo una de cuando era joven. ¿Quieres verla?
Déborah se limitó a encogerse de hombros. Sólo lo
había preguntado para matar el tiempo de aquel miércoles
lluvioso. Ruth rebuscó en el cajón de su mesa mientras
hacía algunos comentarios para entretener a su
amiga:
–Es una fotografía que me gusta mucho porque sale
también su hermana gemela. Se parecen, pero a mi madre
se la ve más seria, más…
–Más tímida –le ayudó Déborah.
Ruth sacudió la cabeza.
Cuando su madre murió, tenía diez años. Habían pasado
cuatro años. Cuando cerraba los ojos e intentaba
recordarla, la confundía con una actriz…
–Brigitte Fossey –dijo en voz alta.
–¿Cómo?
–Me refiero a que se parecía a… ¡Ah, mira, aquí está!
Es en blanco y negro –observó, un poco decepcionada.
–¿Quién es? ¿Cuál de las dos es?
–La más delgada.
Las hermanas Ève-Marie y Marie-Ève Lechemin po-
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dían diferenciarse por la forma del rostro: una lo tenía
más ancho, y la otra, más alargado.
–Ahí debe de tener nuestra edad –supuso Déborah.
–Un poco más. Tenía unos quince o dieciséis.
–¿No tienes ninguna más reciente?
–No.
–Qué raro.
–¿Por qué?
–Bueno, no sé… En mi habitación tengo hasta fotografías
de mi perro, que ya murió.
Sus palabras implicaban una velada acusación.
–Es por mi padre –confesó Ruth–. No le gustan las fotografías.
–¿No tiene fotografías de su mujer?
–Sí, pero guardadas en una caja.
Un día, Martin Cassel había abierto esa caja, una vulgar
caja de zapatos, para enseñar a la hermana pequeña
de Ruth, Bethsabée, cuánto se parecía a su mamá.
Rut

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