En la calle del Clavel de Madrid, semiesquina con la calle de la Reina, a dos pasos de la Gran Vía, sobre la fachada de una edificio levantado poco antes de la guerra civil y no lejos de la calle que lleva el nombre del escritor francés, el Ayuntamiento madrileño ha colocado una placa metálica en el cual informa de que en aquel lugar vivió Víctor Hugo.
En efecto, allí, pero con entrada por la calle de la Reina, estaba, al inicio del siglo XIX, el Palacio Masserano, que fue requisado por José Bonaparte en beneficio de su general más querido, Léopold Hugo, al que había hecho conde de Sigüenza. Aunque la llega a Madrid de la esposa del general y sus hijos (Abel, Eugène y Víctor), en junio de 1811, no fue del agrado del general Hugo, que se encontraba en tierras de Guadalajara persiguiendo, inútilmente, al Empecinado.
Años más tarde, Víctor Hugo escribiría:
“Siendo niño, yo hablaba mejor el español que el francés, incluso comencé a olvidar mi lengua materna. Si hubiese vivido y crecido en España, me hubiera convertido en un poeta español. La caída del emperador y en consecuencia la del rey José convirtió a mi padre, que era entonces un general español, en un general francés, y a mí, de futuro poeta español, en poeta francés”.
El general Hugo colocó a sus tres hijos en el internado que los escolapios tenían en el colegio de San Antón, en la madrileña calle de la Hortaleza. A la cabeza del colegio estaban: don Basilio, el enteco profesor de Latín, y su adjunto, el regordete don Mnaule. La disciplina escolar era muy dura: diana a las seis de la mañana, abluciones con agua casi helada, luego misa, y desayuno con chocolate y churros, clases y un almuerzo a base de cocido, siesta, y después hora y media de clase: Matemáticas y Latín, recreo, vuelta a clase, a las ocho de la tarde rosario, cena frugal: ensalada y frutas, y a las nueve en la cama. Vícto Hugo conservaría durante toda su vida algunas costumbres adquiridas en San Antón, como la de lavarse con agua muy fría cada mañana, y la rezar, él tan anticlerical, antes de las comidas.
Las obras de Víctor Hugo están llena de recuerdos de esa España que conoció cuando era un niño, incluidas las corridas de toros. Ruy Blas, es la obra más madrileña del autor, escrita muchos años después.
Esto nos lo cuenta, Joaquín Leguina en “Víctor Hugo en la calle de Hortaleza”, en su libro que ya hemos citado anteriormente, Impostores y otros artistas; Palencia Cálamo, 2013.
1 comentario:
Pudo haber sido un gran poeta español, pero fue un gran escritor francés. No importa, porque los genios emergen más allá de los idiomas. Una bonita curiosidad literaria.
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