100
años: Cortázar
A
cien años de su nacimiento, el 26 de agosto de 1914, la figura de Julio
Cortázar vuelve a recordarse con fuerza en estos días de celebraciones que nos
devuelven a ese escritor famoso por sus relatos fantásticos y por su ruptura
con las convenciones del lenguaje y del género a partir de sus novelas -sobre
todo de Rayuela- dejaron una huella
imborrable en la literatura latinoamericana.
En su obra aparece el humor, el juego y la búsqueda de autenticidad; también
los pasajes que anudan mundos alejados en el tiempo y en el espacio para
trasladar al lector a un lugar desacostumbrado, que requiere de su
participación activa en la narración.
Sus relatos en
los que lo fantástico aparece de golpe en la vida cotidiana y lo real emerge en
sus posibles y desconocidas dimensiones, están caracterizados por un ritmo
narrativo y una hechura de singular perfección. Entre ellos, resultan
inolvidables “Casa tomada”, “Las babas del diablo” o “El perseguidor”.
Los registros y
abordajes en la obra de Cortázar son múltiples como se ve en la novela
Los premios (1960), en la que se observa
esa peculiar organización cortazariana; en
Historias
de cronopios y de famas (1962), un texto inclasificable que antecede a
Rayuela (1963), novela que rompe con los
cánones de la época y conmueve el universo literario argentino. Aparece el
célebre personaje de la Maga
y el protagonista Horacio Oliveira, al igual que Cortázar, un intelectual
argentino situado en París en la primera parte y en la segunda, en la Argentina. Anotaciones,
recortes periodísticos, poemas, y misceláneas integran la última parte que
pueden intercalarse como el lector prefiera con las otras dos.
Ese género “almanaque”, mezcla de narrativa, crónica, poesía y ensayo se ve claramente
en
La vuelta al día en ochenta mundos
(1967); en
62, modelo para armar
(1968), una novela anticipada en el capítulo 62 de Rayuela, y
Último round (1969).
Libro
de Manuel (1973), novela calificada por Cortázar como la peor pero “no
fallida”, es un reflejo de su compromiso político a través de diversos
elementos que irrumpen en el relato en una superposición que incluye artículos
periodísticos, gráficos, la historia de todos los días.
Su aspecto
lúdico se hace evidente en
Un tal Lucas
(1979), un texto en el que Cortázar -amante del jazz y del boxeo- realiza un
viaje imaginario por su cotidianidad, en un juego que invita al lector a
sumergirse caprichosamente en el libro, sin respetar el orden de sus páginas.
Carol Dunlop y Julio Cortázar
Nacido en Bruselas, el 26 de agosto de 1914 ya que su padre era funcionario
de la embajada argentina en Bélgica, Cortázar desembarcó en su tierra a los
cuatro años y vivió en la localidad bonaerense de Banfield. Estudió magisterio
y se recibió de profesor en Letras (1935) en la escuela Mariano Acosta. Luego
dio clases en Bolívar, Saladillo y Chivilcoy, donde se afincó entre 1939 y
1944.
En 1938
publicó, bajo el seudónimo de Julio Denis, el libro de poemas
Presencia y en 1949 con su propio
nombre, el poema dramático
Los reyes.
En Mendoza desde julio del 44
a diciembre del 45, puso de manifiesto su papel de
profesor universitario, en los claustros que comenzaban a agitarse, al tiempo
que el coronel Juan Domingo Perón despuntaba en el horizonte político. Sus
privilegiados alumnos de la
Universidad de Cuyo participarán con entusiasmo de sus
clases, en las que sobrevolaban el surrealismo y figuras como el conde de
Lautrémomt -traducido por Cortázar-, Rimbaud, Baudelaire, Rilke o John Keats.
También de su
paso por la provincia quedan vestigios de parte de su obra como los cuentos de
“La otra orilla”, algunos de los cuales integraron la primera versión de
Bestiario, publicado en 1951, el mismo
año en que el escritor partió como traductor con una beca de la Unesco a París, para
quedarse allí en forma definitiva.
En 1953 se casó
con Aurora Bernárdez, con la que mantuvo a través del tiempo una estrecha
relación y es la actual heredera de su obra. Su segunda pareja fue la lituana
Ugné Karvelis y su última compañera, la escritora estadounidense Carol Dunlop,
el gran amor del escritor. Con ella realizó numerosos viajes a Nicaragua y el
trayecto en auto que emprendieron durante 33 días por la autopista
París-Marsella concluyó con el libro
Los
autonautas de la cosmopista (1982).
Francois Mitterrand le otorgó a Cortázar la nacionalidad francesa, tres años
antes de su fallecimiento, el 12 de febrero de 1984. El año anterior el
escritor volvió a la
Argentina, donde paseó su alargada figura por las calles de
Buenos Aires, con la sorpresa pintada en su rostro y aun con un guiño infantil,
frente al recibimiento y los aplausos de la gente, aunque las autoridades
nacionales no acusaron recibo de su visita.
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