Pimera Categoría
Una historia por regalo de Navidad
Pablo Medina Ramos
(Primer Premio,
Concurso Navidad, 2013, Primera Categoría).
Era una fría y húmeda
noche de Diciembre, el viento soplaba con intensidad y había llegado la época
más bonita del año, la
Navidad.
Todo
el mundo se encontraba en su hogar al calor de una buena lumbre y con
suculentos manjares sobre la mesa a sabiendas de que al día siguiente
despertarían y verían sus regalos debajo de aquel árbol tan exuberante y bonito
que ya hacía un mes, habían colocado en aquella esquina del salón. Al ritmo de
un villancico, cantaban y bailaban sin intención de parar, dejándose llevar por
el calor y la alegría de la familia; pero nadie se acordaba de aquellos niños
que, por lo que fuese, no podrían disfrutar de la Navidad como merecían.
Entre estos
niños se encontraba Rafa, un pobre huérfano que había perdido a sus padres en
un accidente de tráfico y que vivía junto con muchos otros en un orfanato a
espera de que alguna familia los adoptara.
Estos
niños ni se encontraban al calor de una lumbre, ni tenían siquiera grandes
viandas que degustar, tampoco podrían soñar con que fueran a recibir muchos
regalos al día siguiente como a ellos les gustaría; pero no estaban tristes, al
contrario, estaban muy felices ya que al cabo de los años habían aprendido a
convivir y a pasárselo bien juntos con lo poquito que tenían, formando una
particular familia que a pesar de las numerosas, casi diarias, peleas estaba
unida como ninguna y parecía que nunca dejaría de estarlo.
Tras una larga y fría
Noche de Reyes, los niños del orfanato y Rafa despertaron y se dirigieron hasta
el árbol de Navidad donde se suponía que algún alma caritativa debería haber
dejado algún regalo pero no hallaron nada. Todos los años, alguien había dejado
al menos dos o tres regalos que tenían que compartir y que, aunque pocos, para
ellos eran los mejores regalos del mundo, pero este año no habían donado ningún
presente. Desolados, volvieron cada uno a sus correspondientes camas sin poder
evitar que se escapara alguna lágrima y se tendieron en sus respectivas
intentando no pensar en lo ocurrido, aunque para ellos resultaba muy difícil
dejar de imaginar a todos aquellos niños que por cuestiones de la vida habían tenido más suerte y estaban
disfrutando en esos instantes de sus majestuosas zapatillas o de su nueva
consola.
Aquel día, en el
orfanato se respiraba tristeza y ningún niño tenía ganas de hablar, sus ojos
miraban al vacío como si fueran cuerpos a la deriva que andaban sin saber donde
ir, sus mentes estaban lejos de allí, no se sabe donde y nadie podía hacer nada
para levantarles la moral.
Pasaron los días, y las
cosas seguían igual, nada ni nadie era capaz de animarlos hasta que, un jueves
cualquiera, un jocoso y extrovertido hombrecillo cuya profesión era
cuentacuentos llegó al orfanato. Este personaje llegó con la intención de pasar
con los niños la jornada que, todos los años, el orfelinato organizaba con la
intención de fomentar la lectura. Les contó multitud de historias que a los
niños les parecieron interesantísimas y no querían que dejara de contar. Con
cada historia, incluso con cada palabra, el cuentacuentos les transportaba
hasta mundos imaginarios de ensueño y les hacía vivir aventuras inimaginables.
¡Se sentían como si fueran los protagonistas de cada historia!
Cuando llegó la hora de
que aquella entrañable persona se marchase los niños le preguntaron si volvería
alguna otra vez y éste les dijo que no hacia falta, que ya había hecho su
trabajo allí y que ellos ya habían aprendido una valiosa lección.
Los niños, intrigados,
le preguntaron cual era y él les respondió: 'Cuando alguien lee, puede llegar a
vivir otra vida por un instante, olvidarse de todo e incluso sentirse pequeño o
muy grande, por eso cuando estéis tristes leed porque no hay mejor compañero
que un libro ni mayor diversión que la que encierra una historia, porque cada
libro es único y cada historia guarda un misterio que espera ser descifrado por
alguien que ame la lectura tanto como la lectura nos ama a nosotros'.
Tras esta afirmación el
cuentacuentos se fue y los niños se quedaron con cara de no haberse enterado de
nada, pero en el fondo todos sabían lo que había querido decir, algo así como
LEED; en especial Rafa, quien nunca más volvería a sentirse sólo ya que a la Navidad siguiente le
regalaron un libro el cual sería sin duda su mejor compañero de viaje.
Por suerte, cuando
cumplió los trece años fue adoptado por una familia, ésta no sufría problemas
económicos y dotaron a éste de todos los libros que quería y necesitaba. A
veces incluso, por Navidad, llevaba a sus antiguos compañeros de orfanato los
libros que ya había leído por regalo de reyes y es que si algo tenía bueno Rafa
es que nunca se olvidó de donde venía ni de aquel hombre que un día cualquiera
le enseñó uno de los tesoros más preciados que existen: LA LECTURA.
1 comentario:
Una preciosa historia de Navidad que nos aporta una enseñanza muy valiosa para la vida: algo tan sencillo como la lectura nos puede hacer felices y acompañarnos siempre. Enhorabuena, Pablo.
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