Ernest Hemingway, fue el escritor de más éxito en Estados Unidos, una celebridad internacional, el cazador de fieras y ganador del Premio Nobel, que según recogían todas las agencias de noticias, había muerto víctima de unas heridas de escopeta, probablemente, causadas por él mismo, a diecinueve días de su sexagésimo segundo cumpleaños. Atrás quedaba su refugio cubano, Finca Vigía, sus horas dedicadas a la literatura, donde había escrito El viejo y el mar (1952), Islas en el Golfo (1970) o, El jardín del Edén (publicada en 1986), aunque la había empezado a escribir en 1946. Y sus más sonados éxitos, Fiesta (1926), Verdes colinas de África (1935), Tener o no tener (1937), Por quién doblan las campanas (1940), sobre la Guerra Civil española, o Muerte en la tarde (1982), la descripción de una corrida de toros vista desde los ojos de un profano, un tema sobre el que Hemingway escribiera a lo largo de su trayectoria narrativa: el sometimiento trágico de la vida y el instinto de autodestrucción.
Ernest Millar Hemingway había nacido un 21 de julio de 1899 en Oak Park, Illinios, y un año más tarde la familia se traslada a una casa veraniega en Michigan, a la orilla de un lago, acostumbrándolo al aire libre, a vislumbrar colinas, el agua azul, el crepúsculo y, sobre todo, a una vida dura. Apenas empezó a hablar, su pasatiempo favorito fue escuchar a alguien contar historias. Trabajaba en el Star de Kansas City cuando decidió enrolarse en la Cruz Roja durante la Primera Guerra Mundial. A finales de abril de 1918 recibió un telegrama para incorporarse en Nueva York, de donde partió hacia París durante el primer bombardeo alemán, y de aquí a Milán, para recoger a los heridos víctimas de la explosión de una fábrica de municiones. En Fossalta fue herido por los fragmentos de un mortero la noche del 8 de julio. Durante todo este tipo, el joven Hemingway recogería experiencias que más tarde se traducirían en los relatos, En nuestro tiempo (1925) y la novela, Adiós a la armas (1929). Allí conoció a Agnes von Kurowsky que convertiría en Catherine Barkley, la enfermera inglesa y protagonista, de su novela. A su vuelta a Norteamérica, conocería a dos personas importantes en su futura vida; Sherwood Anderson, el poeta, cuentista y novelistas de Ohio, que le ofreció cartas de recomendación, y le sugirió trasladarse a París, algo de lo que jamás se arrepentiría, y Hadley Richardson, una mujer alta y despampanante, pelirroja, ocho años mayor que él y con quien se casaría, en septiembre de 1921. Mientras Hemingway escribía ocasionales artículos para el Toronto Weekly Star. Aceptó un trabajo para el Star, a condición de ser nombrado corresponsal en Europa: se decidió por Roma, aunque recordando la recomendación de Anderson lo cambió por París, y allí se dirigió la joven pareja con una herencia de 8.000 dólares que había recibido Hadley de un tío suyo. En París se formaría como el escritor que más tarde llegaría a ser. Los americanos, desde Benjamín Franklin a Henry James, habían sentido la llamada de París en su corazón. Quizá por eso, si el arte, como preconizaban James y Eliot, es verdaderamente internacional, su capital cultural en los años veinte estaba en París y allí había que viajar. Gertrude Stein había llegado en 1903, Sylvia Beach en 1916, ambas se quedaron. Ezra Pound en 1920 y vivió allí cuatro años, Ernest Hemingway a finales de 1922, y permaneció casi cinco. Hacia 1924, la inmigración norteamericana se hallaba en su punto máximo porque esta ciudad seguía produciendo un impacto notable en este segundo gran período de la literatura norteamericana. «Escribir en París—expresaba el crítico Van Wyck Brooks—es una de las más antiguas costumbres americanas». Hemingway vivió plenamente los años de la bohemia parisina, pasaba el día en los cafés, iba a las carreras de caballos y bebía de una forma desaforada. En ese momento, el escritor buscaba en el arte un significado, un orden y cierta belleza que le llevaran a la preservación de la palabra. La literatura empezaba a convertirse, para el joven en una pasión y la pasión, sin embargo, es algo excluyente. Durante su estancia en la ciudad del Sena, la influencia de Gertrude Stein fue notable, no sólo le aconsejó que dejara el periodismo sino que le corrigió las innumerables cosas que, como deberes de la escuela, le pasaba el escritor en ciernes. Stein fue siempre una inconformista profunda y su ingenio y su candor la ayudaron a conseguir hacer de su vida un modelo de experimentación. Se diferenciaba de la mayoría de sus contemporáneos por ser mujer, judía, lesbiana y culta. La forma y el ritmo de gran parte de la literatura contemporánea le deben mucho a sus innovaciones. Hemingway aprendió enseguida a imitar el estilo de la Stein y lo utilizó, en algunas cartas a sus amigos, como verdaderos ejercicios de escritura. Gertrude Stein no sólo influyó en Hemingway con su estilo, sino también con su «visión pictórica», sobre todo transmitiéndole la exigencia de encontrar determinados temas que «visionar».
1 comentario:
Sin lugar a dudas, Hemingway fue un genio creador.
Y este calendario literario es un gran acierto que nos hace el verano amenamente más culto.
CDR
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